Trabajé 4 años entre Lo Hermida y La Faena, en Grecia con Ictinos, fui además facilitadora voluntaria del Chile Califica para alfabetizar a sus vecinas y vecinos. NUNCA me pasó nada, los 29 de marzo y 11 de septiembre me volvía temprano a la casa porque cerraban el edificio de la Corporación y eso sería todo.
Mis estudiantes me acompañaban a la micro en la noche al terminar porque les quedaba en el camino. Conocí sus casas, a sus familias, ellos también a los míos. Tomábamos once con lo que había para compartir, les tocaba estudiar después de toda una jornada de trabajo como obreros, dueñas de casa, en el almacén, en las costuras, con los nietos…
El último año me hicieron un regalo que hasta hoy uso en momentos especiales, un conjunto de oro y perlitas cultivadas. Lo llevo conmigo porque imagino cuánto les costó comprarlo, y cómo se ha de haber organizado por meses en secreto. Tuvieron que cotizar, sacar cuentas, registrar las cuotas, en fin. Usaron todo lo que aprendimos. Ese regalo cuando lo uso, me trae de vuelta el amor que sentí cada reunión.
Supe de sus relatos, cómo fue el proceso de las tomas, conscientemente se saben sujetos de la historia y les podrá faltar educación formal, pero no son lesos, ni ingenuos. Varios llegaron a la sala de clases, habiendo logrado ocultar toda su vida que no sabían leer. Cómo lo lograron… Cuántos mates y cafecitos con esas aventuras.
Al Giovany Arévalo Álvarez le faltó curiosamente calle, le faltó estudiar historia social, le faltó informarse respecto a dónde se estaba infiltrando. Ahí faltan muchas cosas, pero sobra la vida en comunidad, la organización y la inteligencia, en serio.
Mi memoria viaja hasta la medialuna de Peñalolén, cuando vi a don Carlos cabalgando; entendí que en la escuela se aprendía una parte no más de todo lo que se necesita para vivir.
En la escuela por ejemplo, no es precisamente donde aprendemos qué significa ir a meterse “en las patas de los caballos”.

